El “tempo”, es decir, la velocidad, el ritmo, son distintos para el periodismo y la ciencia. Como es sabido, el periodismo es, cada vez más, inmediatez. Apenas hay pausa. El “tempo” de la ciencia es otro, requiere pruebas, ensayos, confirmación, validación, resultados. Pero el deseo social de saber lo que la ciencia hace es cada vez mayor.

Los avances científicos son esperados con expectación por la sociedad. Muchas veces, las consecuencias de un avance son cruciales para la vida de las personas. La información sobre la ciencia despierta gran interés muy a menudo, son muchos los interesados y es muy grave la inexactitud o la falta de rigor en el contenido que se da a conocer.

Por eso es fundamental que los informadores que dan a conocer lo que se hace en la ciencia sean extremadamente rigurosos, no induzcan errores o favorezcan falsas expectativas; igualmente, que sepan interpretar y valorar la información que reciben y los posibles sesgos e intereses existentes en el universo de los científicos, que también los hay.

Consciencia y formación

La consciencia por parte de los informadores de estas necesidades lleva a que sean precisos el conocimiento especializado y la formación. No hace falta que hable de medicina un informador con formación médica, que quizá no tendría en cuenta otros aspectos necesarios en la información, pero sí que tenga criterio y perspectiva.

La publicación de conocimientos útiles para los informadores es esencial. En este sentido, hay que calificar como encomiable el disponer de “Informando de ciencia con ciencia” (puede descargarse en el enlace), libro colectivo de profesionales del periodismo científico e investigadores en comunicación científica, que “quiere hacer hincapié en la necesidad de impulsar un ejercicio del periodismo científico eficaz y riguroso, capaz de enfrentar los desafíos actuales de nuestra sociedad, conectando la práctica periodística con las investigaciones existentes en torno a la comunicación de la ciencia”.